Paolo Sosa Villagarcia
Publicado en Noticias SER el 25/07/2011
Según los resultados oficiales de la ONPE, Ollanta Humala obtuvo en Cusco una votación de 62% en primera vuelta, esto significa que hubo 346424 votos apoyando el primer proyecto nacionalista. En la segunda vuelta, obtuvo casi el 78%, esto es 458048 votos válidos. Salvo en el céntrico distrito de Wanchaq en la provincia de Cusco, la distribución del voto fue similar, incluso llegado a más del 80% en algunos distritos. La realidad social y económica de la región, que con excepción de la capital tienen niveles de desarrollo bajísimos, fue captada por el proyecto de inclusión real y simbólica del nacionalismo. No obstante, en aras de ganar la segunda vuelta y sumar electores en otras regiones del país Ollanta Humala se vio obligado a moderar su discurso y “especificar” su plan de gobierno acercándose al centro del espectro político. Esta estrategia funciona electoralmente, pero ¿qué hacer en regiones donde la mayoría prefería al Humala con jean y polo rojo?
Es necesario reconocer la habilidad del operador político o de una estrategia de campaña para agrupar en un mismo proyecto político -aunque sea discursivamente- propuestas institucionales para un sector del electorado y propuestas radicales o populistas para otro. Pero cuando se llega al poder, vale la pena detener la observación sobre los retos que esta “ambigüedad” conlleva; especialmente para la gobernabilidad democrática.
Para el presente gobierno, mostrarse como el “mal menor” siendo originalmente un representante del populismo institucional le trajo problemas expresados en términos de conflictividad social. Pero aún así fue relativamente fácil para Alan García gobernar a la derecha ya que, en el fondo, sus costos no eran muy elevados. Como ha mencionado Alberto Vergara recientemente, para Humala el camino no es tan sencillo puesto que tiene como objetivo satisfacer a su electorado original, que representa un 31% a nivel nacional que espera un cambio real en el manejo de la economía y del Estado; esto sin traicionar a los electores conseguidos en la segunda vuelta, que representan un 20%, con quienes se comprometió no realizar las reformas ofrecidas al grupo original. En pocas palabras, no es tan fácil dejar de lado a un 31% original y con más expectativas de cambio –aunque algunos más radicales que otros- como fue para Alan García dejar de lado su 24% original y “más moderado” de la primera vuelta de 2006.
En regiones como Cusco -donde el caudal de votos fue intenso desde la primera vuelta- nos encontramos delante de un potencial problema. La situación se complica cuando nos percatamos que tanto el gobierno regional de Cusco, como los cinco parlamentarios cusqueños son del nacionalismo, lo que genera expectativas muy grandes en gran parte de la población, principalmente la más alejada del desarrollo de la capital turística que espera cambios “tangibles” en su realidad cotidiana.
Si bien es cierto que el Gobierno Regional tiene los recursos y parece tener la voluntad de invertir el canon de una manera efectiva y buscando solucionar las fracturas más fuertes de la región como la infraestructura, la salud y la educación; aun no podemos saber nada sobre su capacidad para gestionar estos elementos en políticas concretas y, nuevamente, tangibles. Esta realidad optimista también podría quebrarse si los congresistas del nacionalismo no logran articular efectivamente estas demandas, agregándolas institucionalmente del plano regional al nacional por sus evidentes carencias como organización política. No olvidemos que además de Majes Siguas II, según la Defensoría del Pueblo, el Cusco es una de las regiones con mayor número de conflictos sociales. En el año 2006 no había mayores esperanzas en Alan García, pero ahora las cosas son distintas: la esperanza sube y si se cae, se cae con ganas. Una imagen clásica de privación relativa.
Este cuadro se complica si tenemos en cuenta que si Humala busca contentar material o simbólicamente a esta población tendrá que lidiar, ante el menor giro “a la izquierda”, con una fuerte oposición empresarial, de los poderes fácticos y de los medios de comunicación que le han sido esquivos en la campaña. Es decir, esta característica de “debilidad” que favoreció su imagen como respetuoso de la institucionalidad democrática, de confirmarse, sería el principal obstáculo de su gobierno.
El politólogo Aníbal Pérez-Liñán argumenta que existen nuevos escenarios de inestabilidad en América Latina. Los juicios políticos, que para el autor son mecanismos alternativos a los golpes militares clásicos, se desencadenan cuando los medios de comunicación masiva investigan y revelan escándalos políticos sistemáticamente, el Presidente no puede mantener control sobre el Congreso ya sea porque su partido es muy pequeño o porque existe una facción opositora controlándolo; y el grado de movilización social contra el gobierno se incrementa.
La manipulación política de un ambiente de tensión como el que hemos mencionado puede llevar a que el gobierno de Ollanta Humala sea claramente asediado por dos flancos. Por un lado las élites económicas y los medios de comunicación; usando el escándalo como arma política de desprestigio, conducta nada sorprendente si tomamos en cuenta el bochornoso comportamiento de estos grupos en la campaña política. Por otro lado, las demandas populares que entran en tensión entre sus dos grupos de apoyo, como ya hemos señalado, exigiendo por un lado cambios sustanciales y por otro, reformas leves y respeto irrestricto de la institucionalidad democrática y del modelo económico.
En ese contexto solo le quedaría al gobierno procurar su estabilidad y legitimidad formando alianzas realmente fuertes y significativas en el congreso para poder asegurar la gobernabilidad. Esto, esperamos, sea priorizado antes de inclinarse por caminos más oscuros, relacionados con los miedos más profundos de parte del electorado en las tentaciones autoritarias o, como en el caso de García, con la represión como política de solución de conflictos.
1 comentario en “¿Y dónde está el polo rojo?”