Paolo Sosa Villagarcía
Publicado en Noticias SER el 22/08/2012
La imagen del presidente Humala junto a los ex presidentes Toledo y García en el aniversario del Acuerdo Nacional llama la atención por diversas razones. La principal tiene que ver con tener sentados en una misma mesa a tres presidentes peruanos democráticamente electos en periodos consecutivos; sin dejar de lado que el último autócrata, Alberto Fujimori, está en prisión. En la región tenemos un panorama similar, es común escuchar que es el periodo democrático más largo en la historia de América Latina como región (por no dejar de lado los casos de retrocesos). Sin embargo, volviendo al Perú, estos más de diez años de un régimen democrático liberal no deberían dejarnos tranquilos ni mucho menos confiados.
Y no es que sea necesaria una crítica mordaz contra el régimen “demoliberal” como la planteada por algunos académicos e intelectuales en los últimos años y meses. Suscribo la reflexión de Eduardo Dargent en su “Demócratas precarios”: la democracia liberal es insuficiente si vemos concepciones más sustantivas, pero esto no hace que sus elementos (elecciones libres, libertad de expresión, balance de poderes) sean requisitos fáciles de cumplir o despreciables a favor de otros mecanismos más directos. Pero sí es necesario saber reconocer las deficiencias (deporte ampliamente practicado desde todas las ramas de las ciencias sociales, el derecho y demás) y sobre todo examinar cuáles son los elementos funcionales que parecen configurar, dentro de esta precariedad, nuestra sociedad política en estos años de aprendizaje democrático.
En su última estadía en nuestro país, Steven Levitsky nos ha recordado una y otra vez los costos de haber tumbado la clase política en la década de los noventa. En una conferencia realizada ayer, junto a Martín Tanaka y Eduardo Dargent, la idea era clara: La ausencia de políticos profesionales resiente nuestras instituciones democráticas. Salvo Alan García, tanto Toledo como Humala asumieron la presidencia como outsiders, novatos que entraron a la política sin haber tenido una experiencia partidaria previa. Los novatos políticos no saben cómo lidiar políticamente con el Congreso aburriéndose de las dinámicas institucionales (el caso más ilustrativo es Fujimori).
Sin embargo, el Congreso peruano tampoco es un lugar privilegiado para los políticos de carrera. La gran mayoría de los parlamentarios tienen carreras cortas (no se reeligen) por lo que se generan a menos dos situaciones. Al ser novatos, como menciona Dargent, no saben enfrentarse al “monstruo” que representa el Estado y su proceso de aprendizaje queda trunco una vez que la legislatura termina y no son reelectos. Por otro lado, son fácilmente vapuleados por los medios de comunicación (que usualmente fiscalizan más que las instituciones formales) a diferencia de políticos profesionales más curtidos que pueden salir airosos, deteriorando aún más la imagen del Congreso. Estas situaciones generan un escenario en el que los congresistas no tendrían incentivos para comportarse como oposición, sin opciones claras de reelección ni carrera es más fácil “pasar piola” y arrimarse para la foto.
No obstante, seguimos jugando dentro de reglas democráticas y, aún en los contextos de mayor aislamiento de Ollanta Humala, muchos analistas señalan que un bandazo autoritario sería demasiado costoso, especialmente en un escenario de estabilidad económica. ¿Será que el auspicioso crecimiento económico relativiza la presencia de una política de gobernantes mediocres y parlamentarios incapaces? Podrían ensayar una respuesta en tanto se argumente que la clase media urbana se aletarga en el espejismo financiero, pero también porque habría que empezar a reconocer que hay una gran diferencia con la inestabilidad económica de décadas previas que genera este “optimismo”. Tampoco no se puede olvidar que lejos de las zonas más urbanizadas o conectadas al comercio la realidad es completamente diferente, por lo menos hasta ahora. Pero también es necesario reconocer que en la arena política hemos desarrollado mecanismos y figuras que parecen ser funcionales a nuestro “experimento” democrático sin partidos. Desde los conflictos sociales hasta las elecciones regionales hemos ido desarrollando dinámicas que, para bien o mal, solucionan problemas políticos “cotidianos”. Lo que menciono no es un llamado a la mediocridad institucional, sino a reflexionar sobre lo que hay para ver cómo se puede mejorar.
Por ejemplo, para comprender la dinámica subnacional, se ha abierto una nueva línea de debate con la sustentación de la excelente tesis de Mauricio Zavaleta, politólogo y columnista de Noticias SER, “La competencia política post-Fujimori. Partidos y coaliciones de independientes en los espacios subnacionales peruanos”. El aporte, para mí, fundamental de esta tesis tiene que ver con lo que Zavaleta denomina “coaliciones de independientes” como las organizaciones que se forman a nivel regional a miras de las contiendas electorales como un proceso de aprendizaje a este nivel.
La dinámica política subnacional no estaría dominada ni por partidos regionales (o nacionales), pero tampoco por meras candidaturas independientes –como asumimos- ya que ninguna de las dos provee suficientes incentivos para la participación de políticos con cierto capital. Participar como independiente no es rentable ni eficiente, pero pertenecer a un partido político es muy costoso (negociar cargos y listas) y no provee demasiados beneficios. ¿Esta dinámica podría verse también a nivel nacional? La formación de un establishment político que participa una y otra vez en las elecciones nacionales formando coaliciones con una alta participación de independientes novatos podría darnos una falsa imagen de estabilidad política a nivel electoral.
Como ya he mencionado anteriormente, esto está enmarcado en una sociedad cada vez más despolitizada (¿Alguna vez realmente lo estuvo?) y pocos incentivos para la carrera política. No es la primera vez que escucho la queja sobre el contenido de nuestros medios de comunicación y la poca importancia de temas políticos relevantes, así como la caricaturización y desprecio por la política que cotidianamente se pregona. ¿Pero cómo cambiar esta situación? No creo que sea tan difícil como plantean los argumentos culturales más densos que inscriben a todos nuestros problemas a una herencia cultural difícilmente modificable, pero tampoco considero que sea tan fácil como afinar las leyes de partidos y financiamiento, como plantean los reformólogos. Sin lugar a dudas quedan varios temas a discutir.
Tenemos que ver este cascarón a contraluz y ver qué bicho se esconde tras la foto de Toledo, García y Humala. Quizás deberíamos abrazar un pesimismo cauteloso, especialmente ante el optimismo económico y político basado en una estabilidad de cascarón; aportando desde cada una de nuestras áreas de estudio y trabajo, pero jamás quedarnos sentados en medio de esta estabilidad mediocre.