¿Lo sólido se desvanece?

Paolo Sosa Villagarcia

Publicado en Noticias SER el 19/09/2012

Doce años han pasado desde que Alberto Fujimori convocó a elecciones anticipadas para luego abandonar el Perú renunciando a la presidencia con un fax desde Japón. Ese suceso, marcado por manifestaciones y escándalos de corrupción como los Vladivideos, significó para muchos uno de los escándalos políticos más grandes de la historia republicana y confirmaba el carácter autoritario y corrupto del régimen. Sin embargo, hoy el fujimorismo es una de las fuerzas políticas más importantes y  su candidata, Keiko Fujimori, pudo haber sido la actual, y primera, presidenta del Perú.

Es por ello que, durante las elecciones de 2011, muchos se preguntaban cómo era posible que luego de las marchas que demostraban un rechazo contra esta política corrupta y autoritaria, el Perú estuviese dispuesto a tomar la decisión democrática de elegir a los fujimoristas como representantes. Hoy, a doce años de la Marcha de los Cuatro Suyos y los Vladivideos, cabe preguntarse nuevamente qué tan relevante fue la movilización social contra el régimen para su caída y hasta qué punto los peruanos rechazan realmente al fujimorato.

Desde la segunda mitad de la década de los noventa, el apoyo popular descendió por  la presencia de problemas en el ámbito económico-una de las banderas del gobierno-  representado por la agudización de los niveles de desigualdad por efecto de las políticas de ajuste. Sin embargo, el apoyo político al gobierno se mantenía, de alguna manera, entre los sectores empresariales favorecidos por la política económica, y las clases populares y rurales beneficiadas por el asistencialismo. Incluso la Marcha de los Cuatro Suyos, en la que participaron sectores medios y populares con una tradición organizativa anterior a las marchas y jóvenes universitarios, fue masiva pero no desbordante ni extensiva a todos los sectores de la población (1).

Algunos analistas llaman a esto “el mito de la movilización” construido a partir de la salida de Alberto Fujimori y que rescata los valores cívicos de una sociedad que se moviliza frente a un régimen autoritario (o dictatorial) hasta hacerlo caer. Mirado en retrospectiva, parecieraque la caída del fujimoratofue una consecuencia lógica de la desaparición de la base social que apoyaba al régimen. Sin embargo habría que ponderar el hecho de que este “rechazo masivo” de la poblaciónpor la situación económica del país y las arbitrariedades del régimen, era relativo. No fue sino hasta la aparición de los Vladivideos y la confirmación de los escándalos de corrupción que la presión social  extendida contra el régimen fujimorista se hizo evidente.

Sin embargo, asumir que sin este episodio Alberto Fujimori  habría tenido un tercer gobierno sin problemas también puede ser una lectura un poco inocente. El contexto no era nada favorable en otros dos ámbitos. Por un lado, el contexto y las “redes internacionales” también presionabanpara una apertura del régimen, mientras algunos organismos norteamericanos como la CIA iban retirando su apoyo al gobiernopor la relación entre Montesinos y las FARC; y por otro, al interior del gobierno iban apareciendo diatribas internas por sus propias características (2).  Fue en este marco que se filtró el famoso Vladivideo presentado por Fernando Olivera y Luis Iberico en el Congreso de la República.

Por ello, es cierto que, como menciona Grompone, sin una alternativa realmente viable de oposición como la que representó Alejandro Toledo no habría habido un contexto favorable para que diversos grupos se articulen y se abra la oportunidad de movilizarse abiertamente contra el régimen. Pero esta movilización no representó el “jaque mate” contra el régimen. Relatos contrafácticos como el de Eduardo Dargent (3) no deberían ser desestimados, el desencanto de una gran mayoría con el gobierno fujimorista puede ser una ilusión muy atractiva, pero nada más que eso. Para el autor, una oportuna intervención antes de la filtración del Vladivideo y una purga interna, que incluya a Montesinos, podrían haber “asegurado” la supervivencia del régimen, tomando además en cuenta que el boom de los minerales que favoreció -en términos económicos- a gobiernos mediocres como los de Toledo y García pudo haber hecho lo mismo con Fujimori.

El poder de discursos como “por justicia y dignidad, Fujimori nunca más” no es relevante si no reconocemos que en nuestra democracia se ha hecho muy poco por superar, en términos materiales,la imagen del gobierno fujimorista en muchos sectores sociales, a pesar de tener un crecimiento económico sostenido. Y esto no es responsabilidad de los “caviares” ni mucho menos un fracaso de sus “batallas por la memoria”, sino por la falta de voluntad política de los gobernantes de turno. No es que se tenga que desestimar lo “inmaterial” como las violaciones contra los Derechos Humanos o el nivel de corrupción de los noventa; pero sobreestimar el rol de la memoria colectiva tiene un costo: veinte años después del autogolpe y a doce años de la huída de Fujimori, muchas personas siguen considerándolo como uno de los mejores presidentes del Perú.

Notas:

(1) Grompone, Romeo. La escisión inevitable. Partidos y movimientos en el Perú actual. Lima: IEP, 2005.
(2) Tanaka, Martín. Peru 1980-2000: Chronicle of a Death Foretold? Determinism, Political Decisions and Open Outcomes”. En: The Third Wave of Democratization in Latin America. Advances and Setbacks.Frances Hagopian y Scott Mainwaring (eds.).  Cambridge: Cambridge University Press, 2005
(3) Dargent, Eduardo. ¡Chino, Chino, Chino! Si el vladivideo no hubiera salido a la luz (2000 – 2010). En: Contra-Historia del Perú. Ensayos de Historia Política Peruana. Eduardo Dargent y Jose Ragas (comps.). Lima: Mitin Editores, 2012.

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