Lucila Rozas Urrunaga
Paolo Sosa Villagarcia
Publicado en Noticias SER el 04/05/2016
La primera vuelta nos ha arrojado una imagen familiar respecto a la configuración territorial del voto (ver gráfico). Ante este fenómeno, se han ensayado varias explicaciones desde muy diversas perspectivas. Algunas de estas recurren a la historia para explicar los resultados, mientras que otras priorizan factores culturales y políticos. Más allá de refrendar una de estas perspectivas, proponemos que es necesario afincar nuestro análisis sobre la base de una mirada pluralista que nos permita reflejar la complejidad del panorama. Como en un rompecabezas, una sola ficha no ilustra la fotografía completa.
Una primera aproximación prepondera el peso de la historia y su efecto en las instituciones sociales para comprender las diferentes preferencias electorales. Luis Carranza, economista y ex ministro, propone una hipótesis arriesgada (El Comercio, 26/04). Desde su lógica, el voto radical del sur es el reflejo de la experiencia traumática del fin del imperio Inca y el desarrollo del periodo colonial. Inspirado en Robert Putnam y sus colaboradores, Carranza sostiene que este episodio origina un déficit en el capital social y la ausencia de una dinámica auspiciosa de desarrollo que produce, en última instancia, el subdesarrollo de instituciones políticas modernas.
El razonamiento de Carranza propone que la expansión del imperio Inca fue represiva y violenta. Al iniciarse en el sur del territorio, los efectos señalados se concentran en esta región a diferencia del norte, donde la expansión fue posterior. Del mismo modo, el periodo colonial habría sido más drástico en el sur, debido a la gran concentración poblacional y la necesidad de control de mano de obra para las actividades económicas del modelo mercantilista. Juntas, ambas experiencias nos ayudarían a comprender los bajos niveles de confianza interpersonal que originan la radicalidad del voto sureño. Una lectura sobre las instituciones que, por lo demás, aparece cada vez más recurrente en los análisis de los economistas.
Este argumento es sugerente, especialmente si se compara a la forma como se ha tratado de explicar el voto radical en los últimos años (“electarado”, resentimiento, etc.). Sin embargo, al estar basado en una mirada muy superficial de la historia, no termina por ofrecer una explicación convincente ni, más aún, que ayude a erradicar las concepciones esencialistas y uniformizantes sobre el voto del sur. La historiadora Alicia del Águila (Exitosa, 30/04) considera, por ejemplo, que este tipo de mirada esconde una gran cantidad de procesos importantes que se han desarrollado a lo largo de la historia republicana, incluyendo la exclusión de facto de la población indígena con la Ley Electoral de 1896, los procesos de movilización campesina del siglo XX y el impacto del conflicto interno entre 1980 y 2000.
Digamos que no es exagerado afirmar que entre las primeras décadas del siglo XIX y abril de 2016 ha pasado mucha agua bajo el puente. En consecuencia, la revisión histórica de este autor parece ser más bien una excusa para introducir la idea de que “los programas sociales no resuelven nada” y que la verdadera solución pasa por la “integración, la infraestructura y la generación de oportunidades de ingreso”, en pocas palabras, de la continuidad de un enfoque centrado en el mercado y la inversión como base del desarrollo.
En ese sentido, Richard Webb (El Comercio, 24/04) tiene un propósito más claro. Si bien es cierto que el análisis empieza con una referencia a la rebelión de Túpac Amaru y se concentra en los distritos que dieron origen a esta gesta, su propuesta busca ir más allá de una exploración de los “genes culturales” del radicalismo y se adentra en una explicación centrada en la lógica de “causa y efecto”. Para Webb es más importante resaltar las dinámicas de cambio que se han desenvuelto en la última década (conectividad y apertura de nuevos mercados), las cuáles tendrían efectos complejos sobre la disposición electoral de los espacios de desarrollo incipiente. En esta lógica, el radicalismo no solo es producto del “déficit” histórico de oportunidades económicas y de la ausencia del Estado, sino sobre todo de las nuevas expectativas que genera el crecimiento económico. Es decir, que la oportunidad de “conseguir más” llevaría a una exigencia mucho más “radical” de inclusión en función del mercado.
No obstante, esto no explica de manera suficiente que exista una configuración territorial del voto, independientemente de los niveles de desarrollo. En todo caso, si se quisiera entender los resultados en función de los factores socioeconómicos, los análisis preliminares de los resultados electorales parecen indicar más bien que hay una correlación entre los niveles de pobreza y desigualdad, y la propensión a votar por candidatos que se oponen al modelo establecido. Un ejemplo interesante que confirma este argumento es el análisis cartográfico publicado por el equipo de José Manuel Magallanes (1). Este ilustra la persistencia de una concentración territorial del voto anti-establishment a lo largo de varias elecciones.
Esto trae a colación otro tipo de argumentos que resaltan la existencia de conflictos territoriales importantes. Por ejemplo, Alfredo Torres (El Comercio, 01/05) parte de esta premisa, matizándola con la idea de que los candidatos pueden adaptar sus repertorios y discursos para articularse con distintos “valores” de cada sector, apuntando a una representación más amplia. Para Torres, los polos de crecimiento tienen una visión más desarrollista, mientras que el oriente y el sur responden a una racionalidad más afectiva, aunque distinta (“alegría” y “honor” respectivamente). Por lo tanto, la estrategia de posicionamiento de Fernando Belaúnde en las elecciones de 1980 habría logrado una amplia votación ya que fue capaz de apelar a las distintas valoraciones territoriales, algo que no habría sucedido con los candidatos que han pasado en la segunda vuelta en estas elecciones.
Esta explicación, a pesar de ponderar más la estrategia que la estructura, tiene un componente determinista que termina esencializando la cultura política de los diferentes sectores. Más allá de las valoraciones, es posible identificar demandas programáticas muy concretas, aunque no necesariamente ideológicas. Usando el ejemplo de Belaúnde, esta vez en 1962, queda claro que el candidato sí articuló una plataforma basada en las demandas de transformación materiales (y no sólo simbólicas) del sur, tal como señaló Francois Bourricaud (Poder y Sociedad en el Perú Contemporáneo, 1967). En esa línea, un referente más contemporáneo es el argumento que desarrolla Alberto Vergara (Ni amnésicos ni irracionales, 2007), resaltando dos ejes programáticos (la demanda por el Estado y por el respeto a la institucionalidad democrática) que todavía nos pueden ayudar a entender las diferencias en el comportamiento electoral.
La politóloga Paula Muñoz (El Comercio 16/04) retoma esta aproximación para hacer hincapié en la importancia que tiene el creciente voto fujimorista en el sur, que se configuró como la segunda fuerza de mayor importancia en este territorio durante la primera vuelta. En ese sentido, argumenta que el electorado del sur no vota necesariamente por una correspondencia ideológica, sino sobre todo por una plataforma que ofrezca una mayor presencia estatal, a través de servicios y programas sociales, aunque desde diferentes perspectivas. Adicionalmente, la autora propone que el relativo éxito de la izquierda depende de un factor complementario, que está ligado a la historia política del sur durante el siglo XX. En esa lógica, sí es identificable una trayectoria política “más contestaría” y de “oposición al centralismo limeño”, representada en los años 50 por Acción Popular y, a partir de los 70, por la izquierda. En consecuencia, la explicación no se centra solo en el clivaje económico, sino también pone atención en la presencia de estos referentes simbólicos e identitarios.
Sin embargo, habría que recordar que la experiencia política del sur es mucho más sinuosa, como sugiere del Águila. No deberíamos subestimar que, desde una mirada histórica, la exclusión de los votantes analfabetos antes señalada, tiene un impacto profundo en la forma como se desarrolla la política partidaria, incluso hasta entrada la segunda mitad del siglo XX. Es recién en la década de los 80, con el reconocimiento del voto universal, que estos caudales electorales pueden expresarse de manera elocuente. Además, los gobiernos de Velasco y Fujimori, junto con la violencia de Sendero Luminoso tienen un efecto desestructurador sobre las élites políticas (tanto reformistas como radicales). Es con esto que se abre paso a nuevas formas de hacer política y a lealtades mucho más fragmentadas.
La volatilidad electoral del sur no es tan diferente a la de otras regiones del país, así como tampoco es un universo completamente homogéneo que responde monolíticamente a los mismos incentivos. Así, Maritza Paredes (Es Ahora, 13/04) subraya la constante redefinición del voto sureño, que se concentra en distintos candidatos a lo largo de la campaña. El electorado transita por opciones muy diferentes (Acuña, Guzmán, Barnechea, Fujimori y Mendoza) y presenta dinámicas de diferenciación interna (zonas urbanas versus zonas rurales), aunque siempre dentro de las características antes reseñadas. En ese sentido, las alianzas de los políticos nacionales y locales también son relevantes. Reclutar a experimentados políticos regionales, como Benicio Ríos (el congresista más votado del Cusco), le aseguró a la fórmula de Alianza para el Progreso la posibilidad de conducir una campaña exitosa y, eventualmente, tener el caudal de votos suficientes para pasar la valla.
¿Qué explica entonces, la configuración territorial del voto? ¿Por qué el sur vota constantemente de manera diferenciada al resto del país? Queda claro que no existe una sola respuesta, una sola llave mágica que nos revele esta dinámica política. La historia, larga y contemporánea, tiene una cuota de explicación, tanto como las estrategias y las decisiones que reconfiguran el escenario electoral. César Acuña y Julio Guzmán lograron tener un espacio importante antes de ser excluidos de la contienda electoral. Más allá de subordinar explicaciones, es importante mantener una mirada pluralista que permita contrastar los alcances y los límites de los diferentes factores. El rompecabezas del sur tiene, precisamente, muchas piezas que en conjunto forman la imagen que nos permite comprender el fenómeno en todas sus aristas. La historia nos provee explicaciones, no excusas.
Referencias:
- Contexto Electoral Histórico del Perú (2000-2011). Disponible en: https://dl.dropboxusercontent.com/u/15809021/eScienceProjectPeru/ReporteI.html