¿Queremos reformar el estado?

Paolo Sosa Villagarcia

Publicado en Noticias SER el 28/03/2016

Llegó el día en que Mr. Burns –el anciano magnate de la serie animada Los Simpsons- tuvo que ir a un chequeo médico. El diagnóstico, nada impresionante, era que tenía una serie de males crónicos que deberían ocasionarle la muerte. Sin embargo, Burns seguía vivo debido a un afortunado predicamento: tenía tantas enfermedades que sus efectos se anulaban entre ellos. Estaban en equilibrio.

En la serie, este fenómeno ficticio es denominado “El síndrome de los tres chiflados” debido a la conocida secuencia en la que Moe, Curly y Larry intentaban pasar por la misma puerta, quedándose atorados como resultado. Ante esta situación, el médico advierte a Mr. Burns que el menor problema que desequilibre todo podría llevarlo a la tumba, mientras que el anciano se convence a sí mismo que gracias a esta situación es nada menos que indestructible.

Esta alegoría ilustra parcialmente una de las paradojas del Perú contemporáneo. Por un lado, vivimos un inédito momento de estabilidad que parece fundamentado en un “equilibrio de baja intensidad” antes que en fuertes raigambres institucionales o estructurales. Una situación que ha sido sostenida, además, por los esteroides del crecimiento económico (Vergara dixit). ¿Qué hacer ante este escenario? La viñeta nos ofrece dos soluciones: o bien continuamos temerariamente bajo la idea de que esto se va a sostener toda la vida, o bien empezamos a resolver los problemas con el riesgo de desencadenar tensiones que pongan en entredicho el bien apreciado equilibrio.

La clave en esta paradoja es el Estado y la necesidad de reformarlo para combatir los males endémicos y seculares de nuestra sociedad. Pero, como en la disyuntiva de Mr. Burns, las cosas no son tan sencillas y conviene poner las cartas sobre la mesa. Por un lado, queda claro que la actitud temeraria es insostenible y constituye, además, una trampa que nubla todas nuestras posibilidades de desarrollo, de aspirar a llegar al bicentenario como un país con una sociedad más justa y próspera. Por otro lado, enfrentar la reforma del Estado requiere diseccionar e identificar claramente cuáles son las prioridades y, conociendo el problema, atacar los problemas tomando en cuenta todos los escenarios: los efectos directos, y aquellos que colateralmente podrían generar nuevos problemas.

Ejemplos de estos problemas sobran en la experiencia histórica y también en las empresas más contemporáneas. Para fortuna nuestra, la academia peruana ha ido aportando –desde sus distintos enfoques- una serie de investigaciones que pueden ayudarnos a encarar estos problemas tomando en cuenta las advertencias antes señaladas. Romeo Grompone, por ejemplo, acaba de editar un volumen en el que esta problemática es abordada desde distintas disciplinas y enfoques (Incertidumbres y distancias: el controvertido protagonismo del Estado en el Perú, Lima: IEP). En este volumen se presentan diferentes ideas –algunas contrastantes- de las cuales quisiera resaltar unas cuantas.

En primer lugar, que si bien es cierto que estos problemas tienen raíces estructurales e históricas difíciles de sortear, aún existen espacios de posibilidad para salir de la “trampa” especialmente si estas son apoyadas por las élites o por coaliciones sociales interesadas. En segundo lugar, es necesario salir de la lógica economicista que ha conducido el rumbo del Estado en las últimas décadas. Más que por que estas estén mal –que no es así, puesto que efectivamente mucho le debemos a la estabilización y las auspiciosas dinámicas que se han desarrollado a partir de ellas-, porque tenemos que ver también los costos sociales y políticos –y sus efectos- para poder conducir cualquier proceso de reforma a buen puerto. Hay mucho pan por rebanar, pero tenemos que atrevernos a empuñar el cuchillo.

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