Cabeza fría, corazón caliente

Paolo Sosa Villagarcia

Publicado en Noticias SER el 22/03/2016

“Conviene saber que el fraude es el tema por excelencia de la tradición electoral peruana”

François Bourricaud, 1967

La forma como se han conducido los órganos del Jurado Nacional de Elecciones en lo que va de la campaña ha trastocado decisivamente la dinámica electoral y, probablemente, al precario régimen democrático peruano. No es que hayamos tenido una democracia perfecta antes de la exclusión de los candidatos de Alianza para el Progreso y Todos por el Perú, ni mucho menos. El problema es precisamente que una medida como esta no hace más que ensombrecer el panorama ante las debilidades y la poca legitimidad de las instituciones y principios democráticos que registra nuestro país.

En las últimas semanas se han crispado los ánimos. Desde aquellos que anuncian amagos de fraude orquestados por distintos actores, hasta los que con desparpajo anuncian intentonas de golpe y movidas audaces dentro del gobierno. Ojo: el mismo gobierno al que minutos después acusan de pusilánime y carente de cualquier virtud y liderazgo. Más allá de la irresponsabilidad, estas fantasías parecen ganar adeptos en un escenario tan incierto, con un público tan disconforme y con políticos formados en la gresca y no en la propuesta.

Por si fuera poco, como he mencionado, las exclusiones han traído consigo reacomodos de último minuto en las preferencias electorales. Esto no es nuevo, si miramos calmadamente las experiencias electorales desde el final del fujimorato. Pero en el Perú tenemos esta pasión por movernos entre la ingenuidad de lo supuestamente novedoso y los gestos disconformes ante los tonos agrios del eterno déjà vu. Tampoco son nuevas las acusaciones de fraude y las elucubraciones conspiranóicas, como reflexiona Bourricaud frente a las elecciones de 1962. Lo nuevo, sin embargo, es que afortunadamente no tenemos claro el panorama posterior, aquel que con cierta certeza antes se hubiera resuelto a los palos y a los Golpes.

Lo primero que se constata es que las exclusiones han dejado en off-side a Keiko Fujimori. A primera impresión, quienes sentenciaban que los principales beneficiados de las movidas legalistas serían Fuerza Popular y el Partido Aprista se equivocaron. Dulcemente equivocados, claro está. Porque si algo ha ocurrido es, precisamente, el despertar de las sospechas ante el retorno de la política noventera y la movilización activa de los sectores anti-fujimoristas. Todos los que tienen una chance significativa de pasar a segunda vuelta se han repartido porciones importantes de estos votos, menos Alan García y Keiko Fujimori. Esos son votos prestaditos nomás, que nos quede claro. Si repetir el plato no quieres, olvidarte de la alcaldesa Villarán no debes.

Keiko Fujimori está al borde de ser retirada del proceso. Algunos de los que se quejaban de la exclusión de candidatos, hoy celebran la posibilidad de que Fujimori y Kuczynski queden fuera. “Todo está bien mientras no se metan con mi candidato” o, mejor, “si solo se meten con el que no me agrada”. Tremenda soga al cuello que se ha puesto el JNE considerando el caudal electoral y el arraigo social que tiene el fujimorismo, aunque nos pese. Una soga que además aprieta por donde se le mire. Si Keiko es excluida la situación podría salírsele de las manos al organismo electoral. Si no lo es, también. En ambos casos, la confianza en la democracia se resiente bajo el descrédito del “fraude”.

Sin embargo, me parece que esto no es fraude, sino la expresión de nuestra cultura burocrática. “La ley es la ley”, aunque “la ley se acate pero no se cumpla”. Aquí el poder de algunos proviene del conocimiento funcional de los recovecos de lo legal. Aquí todo lo solucionamos con leyes; agregando, enmendando y borrando artículos creemos que desaparecen los problemas y aparecen las virtudes. Ahora que salgan los legalistas a decir que hemos fortalecido la institucionalidad democrática. Habría que volver a pensar la ley, como sostiene Max Cameron, como un medio y no como un fin; como un instrumento para resolver problemas de acción colectiva.

¿Qué hacer con estas encolerizadas reflexiones? ¿Cómo reaccionar ante esto que nos concierne a todos? Este es un partido empañado por las decisiones del árbitro y en el que, a todas luces, nos vamos a la prórroga con el malestar de haber sido maltratados. Por lo tanto cabría tener, como se dice popularmente, la cabeza fría y el corazón caliente. La calentura para denunciar los atropellos y para involucrarnos en la campaña, para hacer sentir nuestra voz de protesta legitima. Pero al mismo tiempo la frialdad para no caer en la puya barata, en el discurso maniqueo y en el consuelo vengativo del doble rasero. Solo así la bronca no pasará fácilmente y, espero, podremos tomar cartas en el asunto para no repetir la misma coreografía y las mismas arengas en cinco años. Todavía estamos a tiempo.

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