Paolo Sosa Villagarcia
Publicado en Noticias SER el 02/03/2016
Se ha publicado Anticandidatos (Editorial Planeta). Un libro que reúne artículos sobre los principales candidatos presidenciales y otros temas electorales relevantes para esta contienda. En ese volumen me ha tocado la complicada tarea de escribir sobre el fujimorismo. Quisiera compartir algunas reflexiones respecto al tema con el objetivo de motivar la lectura del libro y, más precisamente, de ensayar algunas ideas sobre el desarrollo de la campaña.
Keiko Fujimori ha hecho una excelente pre-temporada que la ha colocado como la favorita de un tercio del electorado. Una vez iniciado el campeonato, sin embargo, el desempeño del fujimorismo empieza a evidenciar algunos problemas que pueden costarle la elección. La estrategia moderada y la imagen de apertura son empañadas por sinuosos episodios que evocan las características más duras del partido naranja.
Para la lideresa de Fuerza Popular, perder las elecciones de 2011 frente a Ollanta Humala ha sido una lección clara de la resistencia social frente al proyecto fujimorista. La tarea un día después de la segunda vuelta era clara: solucionar su debilidad organizacional a nivel subnacional e institucionalizar sus bases de apoyo. Para ello era importante considerar la fortaleza de sus detractores y, en la medida de lo posible, abrir espacio sus viejos adversarios. Ser la candidata que capitaliza los logros de la política noventera fue importante para su éxito electoral pasado pero, al mismo tiempo, fue su ruina frente a los pasivos del gobierno de su padre en temas todavía muy sensibles a la opinión pública como la violación de derechos humanos, la corrupción a gran escala y el autoritarismo fujimorista.
La pregunta, entonces, que surgía frente al apetito político de la heredera de Alberto Fujimori era si podría, finalmente, “despertar” la fuerza del fujimorismo, ampliando sus bases de apoyo, y no repetir el plato frío del 2011. Para ello, durante cinco años, Keiko Fujimori ha tenido como pilares su dedicación exclusiva a los asuntos del partido, ganándose el apelativo de “chancona”, y la interiorización, cual mantra, de la idea que “quien llega a la segunda vuelta y pierde, gana la siguiente”.
Hoy en día no es arriesgado señalar que el fujimorismo es una de las fuerzas políticas de carácter nacional más importantes, tanto a nivel electoral con un millar de candidatos en las últimas elecciones subnacionales y un primer lugar en las encuestas con una intención de voto constante, así como con la presencia de una bancada cohesionada que se ha convertido en la primera fuerza del Parlamento. Por ello, es conocido que una de las metas ha sido afianzar la organización fujimorista con iniciativas que van desde decisiones estéticas y puntuales, como romper con la tradición de nombrar el partido para cada elección (Cambio 90, Perú 2000, Fuerza 2011), hasta el trabajo duro y silencioso de acercamiento con sus militantes (comandos) y del desarrollo de alianzas con políticos regionales.
Apostar por este trabajo ha sido clave puesto que un mínimo de organización marca la diferencia. Pero, al mismo tiempo, la líder fujimorista ha tenido que enfrentar y resolver las diatribas internas que se han producido y que, en algún momento, han incluido la intervención pública de su padre como en el caso de los congresistas que no fueron incluidos para la reelección. Estas decisiones han sido tomadas sin mayor costo político y nos recuerdan que aun en su excepcionalidad, el fujimorismo sigue siendo fundamentalmente un partido personalista y jerárquico.
A nivel del electorado, resulta importante señalar que Fujimori se ha mantenido constantemente como la favorita del electorado al duplicar la intención de voto de sus más cercanos contendientes. Hoy, la candidata fujimorista es una de las principales caras de la oposición frente a un nacionalismo que sale incluso más magullado que sus predecesores. La identificación, además, se concentra en tres temas que constituyen la marca partidaria del fujimorismo y, para muchas personas, los principales problemas del gobierno saliente: orden, seguridad y crecimiento económico.
Además, a diferencia de las elecciones pasadas, las encuestas muestran un electorado fujimorista un poco más amplio, un anti-voto que aún siendo importante se ha disminuido considerablemente, y un apoyo más homogéneo entre las zonas urbanas y rurales pero claramente inclinado a los niveles socioeconómicos más bajos. En ese sentido, la estrategia ha sido certera en el fortalecimiento de sus bases y la institucionalización de su organización política, pero además concentrándose en elaborar los espacios y oportunidades para proyectar un discurso más moderado que busca interpelar al electorado indeciso que podría reconsiderar su voto a favor de Keiko Fujimori si las circunstancias así lo ameritan.
Su comentada participación en una universidad norteamericana donde reconoció, fuera de su libreto planeado, el papel de la CVR y la necesidad de buscar responsabilidades en las esterilizaciones forzadas cometidas durante el gobierno de su padre. Estrategia que, en buena cuenta, busca romper la imagen de dependencia frente a su padre, preso por delitos de corrupción y contra los derechos humanos, de quien reconoce “errores” para posicionarse como la lideresa indiscutible del proyecto y, además, como una víctima que debe lidiar con el peso de una “mochila” que no es la suya.
Ha sido una tarea complicada la de convencer al electorado y, hasta cierto punto, le ha generado resultados importantes en el sentido antes señalado. Las encuestas han mostrado que una porción de la población ha tomado a bien la separación de viejos cuadros noventeros de la lista congresal, por poner un ejemplo. Sin embargo no solo de discursos se vive en una campaña. Al inicio del partido oficial, el buen resultado de la “pre temporada” de campaña ha empezado a matizarse. Los impulsos intolerantes y violentos de sus simpatizantes, por ejemplo, han sido una pieza clave en la prensa durante las últimas semanas.
Las agresiones que sufren los opositores por parte de los comandos fujimoristas, incluyendo algunas figuras importantes dentro del partido, han jugado de manera decisiva en reactivar algunos temores frente a las características del grupo fujimorista. Una agrupación que, dicho sea de paso, tiene como hitos fundacionales y fechas conmemorativas algunos episodios más bien infamantes de la historia reciente como el autogolpe del 5 de abril de 1992. Del mismo modo, la falta de transparencia en la recaudación de fondos, incluido el caso del coctel que recolectó una cantidad astronómica de dinero, han servido para poner en discusión las fuentes de financiamiento del fujimorismo y han recordado poderosamente los escándalos de corrupción del gobierno de Alberto Fujimori en algunos electores.
El fujimorismo es, hoy, una identidad y una organización, condiciones que le aseguran un horizonte más largo del que presume Mario Vargas Llosa en una reciente entrevista. Por ello es importante denunciar los funestos pilares sobre los que se cimienta su mística pero, al mismo tiempo, es preciso dejar momentáneamente estas etiquetas de lado para conocerlo y entenderlo en sus dimensiones reales. En los últimos meses parece que, en algunos sectores, llamar la atención sobre la estrategia –resalto la palabra- de moderación es casi sinónimo de apoyar una suerte de “lavada de cara” del proyecto fujimorista. Hay que enfrentarse a los hechos: son fuertes y su lideresa tiene la estrategia bien aprendida.
Las elecciones parecen repetir el cuadro de hace unos cinco años en el sentido que la división más saltante vuelve a configurarse en función del pro y anti fujimorismo, al punto que sus ex aliados han desempolvado sus credenciales anti-fujimoristas como último intento de salir en la foto,
Para beneplácito del electorado antifujimorista, Fuerza Popular ha ido cometiendo errores muy graves en esta campaña. Con una candidata que habla poco y seguidores que dejan aflorar actitudes matonescas, el fujimorismo está borrando con el codo el esfuerzo de los últimos cuatro años. Sin embargo, Keiko Fujimori todavía tiene una ventaja: el antifujimorismo está desperdigado entre diferentes candidatos y, más importante, se han generado los enconos y divisiones a partir de esta dinámica que le permiten tener suficiente oxigeno político como para tentar un nuevo empuje en la segunda vuelta.