Una mirada al Congreso desde el caso de la “repartija”

Paolo Sosa Villagarcia

Publicado en Boletín del Observatorio de Actualidad de la Escuela de Gobierno – PUCP

Los reveses democráticos en América Latina durante las últimas dos décadas han sido conducidos por outsiders que no saben o  no pueden gobernar en democracia. En un contexto democrático que requiere negociación con otros poderes del Estado y otras fuerzas políticas el precio de la novatada es pagado con el cierre del Congreso, purgas en el Poder Judicial o en los organismos autónomos para copar estos puestos con personajes afines al gobierno. Esta imagen del Ejecutivo ha recorrido el famoso tema de la “repartija”, pero el desarrollo del caso a través de la recopilación de declaraciones y noticias en el informe sistematizado por el Observatorio de Actualidad nos da otra perspectiva.

Esta dinámica ha funcionado en situaciones en las que la retórica del outsider ha enfilado contra la clase política tradicional. Situación que también ha sido evocada recientemente por los manifestantes contra estas medidas. Sin embargo, con Fujimori, el Perú liquidó aquello que pudo ser su cuerpo político tradicional. Ya sabemos que no tenemos partidos políticos, salvo un par de casos que a duras penas reclamarían este título. En el Congreso vemos bancadas que representan alianzas de organizaciones políticas  personalistas, personalismos que no constituyen una “clase política” sino exactamente lo contrario.

En ese contexto es más fácil que la negociación parlamentaria pase por intereses menos “institucionales” o representativos. Un Congreso con partidos no está exento de esto, pero sí menos expuesto. Esta situación además está sazonada con la poca habilidad de los congresistas al establecer una terna de candidatos que fueron repudiados por uno u otro motivo por distintos frentes en la sociedad y los medios. Aquí no obra la ignorancia sino la precariedad del cargo, la ausencia de políticos de carrera a los que se les pueda sancionar. Los índices de reelección en el Congreso son ínfimos, la mayor parte de congresistas no tiene como objetivo hacer una carrera parlamentaria.

Como señala Jorge Valladares, la renovación del parlamento peruano no solo ocurre con las elecciones, es un proceso constante por la progresiva atomización de las coaliciones y la simbiosis entre sus fracciones. A inicios de julio, por ejemplo, las bancadas de Alianza por el Gran Cambio y Perú Posible se manifestaban a favor de un candidato oficialista para presidir el Congreso de la República. Un mes más tarde, Freddy Otárola juramentaba como titular del Legislativo y estas dos bancadas se desangraban para conformar un nuevo grupo: Unión Regional. En un contexto que rechaza a la clase política desde hace más de veinte años, las declaraciones y comportamiento de los parlamentarios a lo largo del caso nos sugiere más bien que sería momento de exigir una clase política responsable.

El contexto no parece ser el de un Ejecutivo megalómano, de hecho se trata de un gobierno que surca frágilmente sus propias tormentas como para enfrentarse a los otros poderes u organismos autónomos. Cuando Ollanta Humala se enfrenta a la Defensoría del Pueblo, está poniéndose delante de una de las instituciones con mayor prestigio entre la ciudadanía, mientras que los “chavinaudios” han puesto en aprietos al gobierno por la supuesta injerencia en el Poder Judicial. El contexto responde a la continuidad de las relaciones de representación deterioradas –alguien podría decir que nunca existieron tales relaciones- por la ausencia de políticos de carrera y la devaluación del accountability vertical.

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